Crónica Radial: Ella es la última ascensorista que queda en Ibagué

por Juan David Ortiz

#CrónicaRadial Desde hace más de 28 años Fayime Gil opera el único ascensor manual del siglo XX que queda en la capital tolimense. Conozca su historia.

En los años 50, las construcciones en Ibagué no pasaban de dos niveles. El centro de la ciudad apenas comenzaba a crecer y poco a poco se fueron construyendo edificios que marcaron la historia arquitectónica en la capital tolimense.

La primera edificación en tener cinco pisos fue el legendario edificio El Molino, ubicado en la calle 12 entre carreras Segunda y Tercera. Su construcción terminó a finales del año 1953 y fue uno de los primeros en tener ascensor para subir y bajar personas.

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El 12 de enero de 1954 se instaló uno de los primeros elevadores que tuvo la ciudad. Un ascensor manual marca Otis que cumplió a principios de este año 67 años funcionando y es el único modelo clásico del siglo XX que le queda a la ciudad.

El aparato funciona con electricidad, tiene una capacidad máxima de cinco personas y siempre tiene que ser operado por una persona que permanece todo el día en su interior.

La operadora de esta reliquia de los años 50 es una mujer: su nombre es Fayime Gil Leytón, le dicen de cariño ‘Mimi’ y lleva trabajando más de 28 años como ascensorista, la única que queda en Ibagué.

Su labor es una sola: hacer funcionar el ascensor mediante una palanca que si se gira al lado izquierdo sube, al derecho baja y en el centro frena.

“Es un ascensor manual, trabaja con una palanca y tiene dos puertas de seguridad. Si la puerta no se cierra el ascensor no funciona. Toca manejar muy el sistema para que inicie su marcha sin problema. Ya me conozco el funcionamiento al derecho y al revés”, expresa Fayime.

A pesar de que han intentado modernizar el ascensor en varias oportunidades, la mayoría de propietarios de las oficinas del edificio se niegan a cambiarlo por su incalculable valor histórico.

“Hay unos que sí han querido cambiarlo por uno nuevo, pero hay otros que no y dicen que como es el único en la ciudad es un patrimonio. Ha habido controversias entre los propietarios pero la mayoría se niega a quitarlo”, relata la ascensorista.

La sensación de montarse en este ascensor del siglo pasado es prácticamente igual a la de uno moderno, de hecho, es más rápido en las subidas y bajadas.  

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Su sistema de seguridad genera tranquilidad, tiene dos puertas, entre ellas, una rejilla de acero que se debe cerrar completamente porque de lo contrario el ascensor no inicia su marcha. En 28 años, Fayime nunca se ha quedado encerrada y resalta que su funcionamiento es muy práctico.

“Es muy fácil. Solo es cerrar las puertas bien para subir o bajar. Ya la experiencia me permite pararlo en piso indicado”, señala mientras opera el aparato.

Quienes se montan por primera vez en el ascensor elogian su diseño y funcionamiento, asimismo, lo comparan con los modelos clásicos que solo se ven en otros países y hasta en las películas. Casi nadie prefiere subir las escaleras por montarse en el Otis de antaño.

“Casi todos suben. A pocos les da miedo y cuando me ven a mí aquí operándolo se sienten tranquilos. Cuando la gente conoce el ascensor se asombra y lo comparan con los que todavía existen en Estados Unidos y en varias películas”, relata Fayime.  

Esta mujer, que llegó de 22 años a trabajar en El Molino, espera pensionarse este año. Lo más probable es que cuando ella se vaya el ascensor también se jubile…

“Este año ya salgo pensionada si Dios lo permite. Apenas me vaya yo creo que también cambian al ascensor. Yo creo que es muy probable porque la gente pide uno automático”, indica.

Con nostalgia Fayime relata que vivir durante casi toda una vida al interior de un ascensor le ha dado muchas alegrías y cientos de amigos que los ha conocido en medio de fugaces recorridos, a quienes siempre recibe con una amable y simpática sonrisa.  

“Este trabajo me dio estabilidad económica y muchas alegrías. Gracias a esta labor pude sacar a mi hijo adelante y pagarle una universidad den Bogotá. Tengo mucho amor con el edificio y la gente que he conocido”, explica con nostalgia.

Ella es Fayime, la última ascensorista que le queda a Ibagué. Su ocupación como otras más ya se extinguió por cuenta de la tecnología que día a día amenaza con desaparecer otra lista de profesiones que en hace cien años eran imprescindibles...